viernes, 28 de mayo de 2021

PRESENTACIÓN DEL BLOG

El escritor está situado. Está inmerso en una época. Es hijo de su época. ¿Escribe para su tiempo, entonces? No puede ser de otra manera: no pude saltar por encima de él. No puede ser indiferente porque su indiferencia es indiferencia de algo. La omisión se castiga. Hace un tiempo le escuché decir a Umberto Eco que hay que volver a la escritura como pura actividad estética y no como oficio del compromiso histórico. No coincido. Roberto Arlt decía, por el contrario, que uno escribía entre demonios. Estamos solos y aislados entre cuatro paredes, con la hoja en blanco y la birome. Ahí se asoman nuestros demonios internos: Dios y el Diablo siempre están entre nosotros. Sartre sentenció: escribimos para una época y somos una época. Somos libres y responsables de lo que escribimos: nos condenan nuestras circunstancias históricas, nuestro yo inmerso en la historia.

Quizás fue Marx, inspirado en la Filosofía de la Historia de Hegel, quien más conciencia tuvo de la época histórica en la que le tocó vivir. Hasta uno podría tentarse a decir que sobrepasó su época: algo del orden de lo profético se hallaba en su pensamiento.

Me gustaría decir algo respecto al escritor y sus circunstancias. Primero, el escritor no tiene modo de evadirse de su época, sea retrocediendo (buscando un pasado mejor) o profetizando (mostrando una utopía). El autor y su época son uno y el mismo. El hombre es su época. Para atrás, no es, y para adelante, todavía no es. ¿Cuándo adquirimos conciencia de nuestra época, en tanto escritores? En la literatura es difícil de fechar esto. Todavía la literatura del siglo XIX creía estar por fuera de la historia. Con la filosofía pasa algo diverso. Los enciclopedistas, los ilustrados, los romanticistas abrazaron la causa de la Revolución Francesa. Para Kant, con la Revolución, el hombre había llegado a la mayoría de edad. Hegel expandió este espíritu hasta lo Absoluto. Filosofía e Historia tuvieron esta reciprocidad. La literatura del compromiso tardó en aparecer.

“El escritor tiene una situación en su época; cada palabra suya repercute. Y cada silencio también” [Jean Paul Sartre. ¿Qué es la literatura? Pág. 10. Ed Losada]. El escritor no puede evadirse de su época, y si intenta hacerlo, cae en la mala fe, una conducta errante e inauténtica. “No tenemos más que ésta vida para vivir, en medio de esta guerra, tal vez de esta revolución. [Ibid. Pág 10]. No hay punto medio aristotélico: el escritor o hace la Revolución o es cómplice de la Reacción. Somos la historia. Estamos situados. El hombre es puro porvenir, puro Proyecto histórico y existencial. Está inmerso en el mundo y comprometido con el. “Nosotros escribimos para nuestros contemporáneos” (Ibid. Pág. 11). Tomamos partido por la singularidad de nuestra época. Queremos ser eternos en nuestro tiempo.

Ya hablamos de la sentencia hegeliana sobre lo Absoluto. La repite Sartre: “Lejos de ser relativistas, afirmamos rotundamente que el hombre es un Absoluto” (Ibid. Pág. 12). ¿Qué queremos decir cuando hablamos del Hombre como un Absoluto? Esto quiere decir que él es irreductible, que es para sí mismo su propio ser y nada más. “(…) nos colocamos del lado de quienes quieren cambiar a la vez la condición social del hombre y la concepción que el hombre tiene de sí mismo” (Ibid. Pág. 12). La literatura como compromiso militante para con el hombre. Cuando actúo, no lo hago solamente en mi singularidad, sino que al actuar elijo a todos los hombres. Así, podemos decir, que el hombre es el universal concreto: en su singularidad está lo universal, y en lo universal está la singularidad. Esta es una condición antropológica y metafísica del hombre: su Ser (histórico, agregamos, puesto que no es el Ser trans-histótico heideggeriano).

¿Qué hacemos cuando escribimos? Primeramente, damos significados. Nuestro lenguaje significa: trasciende el propio objeto para referirse a otro que a su vez da sentido al primero. En este caso, el espíritu no presta atención al signo en sí mismo; va más allá de él, hacia la cosa significada. El lenguaje está en nosotros: le damos sentido a los significantes. “El que habla está situado en el lenguaje, cercado por las palabras.” (Ibid. Pág. 46). Estamos inmersos entre signos, entre palabras. El lenguaje nos estructura, no hay duda. Ahora bien, importa lo que hacemos con él: si acotarnos a sus estructuras o darle más vida. Hay que atravesar el signo, dar un paso con nuestra conciencia intencional, y arrancarle al signo su significado. Estamos ante la realidad del lenguaje: hablar es actuar. El hombre, inmerso en un mundo de signos, trata de darles sentido: es la conciencia “reveladora”. Tanto la lectura como la escritura muestran la síntesis de percepción y creación, nos muestra tanto al sujeto como al objeto. El sujeto revela al objeto y le da sentido. Apunta Sartre: “El escritor no prevé ni conjetura: proyecta.” (Ibid. Pág. 67)

¿Por qué escribir?. Ponemos a la libertad humana como supuesto de la creación literaria. Pero esto no es todo: necesitamos de una mediación para lograr esa creación. “Mi libertad, al manifestarse, revela la libertad del otro” (Ibid. Pág. 77). Necesitamos al Otro. Habría un contrato previo entre dos hombres libres para emprender la tarea literaria. El yo y el Otro co-determinados dialécticamente. “(…) el escritor opta por apelar a la libertad de los demás para que, por las implicaciones recíprocas de sus exigencias, puedan entregar de nuevo la totalidad del ser al hombre y volver a cerrar la humanidad sobre el universo” (Ibid, Pág. 79). Hay aquí una ontología del hombre que tiene en cuenta tanto la libertad del ser-para-si como la del ser-para-otro. La otredad es lo que aquí está en juego por vía de la mediación de la libertad: trascenderse uno mismo hacia el otro. El mundo, la realidad, el no-yo es hacia lo que apunta mi conciencia intencional Busca dar sentido enajenándose y perdiéndose en la otredad. La libertad es así algo negativo: es el no-yo que se contrapone al yo. Pero es una unidad sintética: la libertad se muestra como totalidad de las partes.

¿Para quién se escribe? Podemos decir, según lo anterior, que el escritor crea, libremente, su propio lector. No hay ingenuidad aquí: busco al Otro. Soy autor porque soy libre. Elijo a un lector libre. Los dos términos de la ecuación, autor y lector, se fusionan en la mediación de la palabra del escritor y por la vista y representación que el lector tiene de él. Veamos: el escritor del siglo XIX hablaba en nombre de los principios socio-políticos (y metafísicos) de la Revolución Francesa. Era la Razón Universal, el Hombre Universal, la Libertad (abstracta). Quería escribir sin historia. Era un autor que, siendo netamente burgués, quería universalizarse y llegar a todos los hombres (nuevamente, en sentido abstracto).

¿Y el escritor de nuestro tiempo? En un primer momento (de esta dialéctica autor-lector) estaríamos tentados de decir que el escritor se dirige a todos los hombres. Pero no hay tal cosa. Vivimos en una sociedad fragmentada, dividida en clases sociales. La burguesía, clase social dominante, tiene acceso a todos los bienes culturales. Asiste al teatro, escucha ópera, está al tanto de todas las novedades literarias, puede ser filósofo. El trabajador asalariado, siendo de la clase social explotada y oprimida, no puede acceder al mundo de la cultura tan fácilmente. Así, nuestro público ideal, El Hombre, se esfuma. ¿Cómo proceder ante tal escenario social? Sin miedo a errar, podemos sentenciar: tenemos que hablarle a todos los hombres para revolucionar sus conciencias. Hablamos al Hombre, y sin embargo, le queremos hablar al oprimido y explotado: al hombre sin conciencia y que sin embargo la necesita. Nuestra literatura tiene que ser una literatura de lo concreto. Tenemos que traspasar del lector ideal universal al hombre concreto, el trabajador asalariado, el esclavo moderno de nuestra sociedad. Aquí apelamos nuevamente a la dialéctica: la universalidad concreta, en contraposición a la universalidad abstracta, apunta a los hombres concretos de una sociedad concreta. La literatura concreta es la síntesis de múltiples determinaciones, es la negación de lo abstracto y su reasunción de la realidad a otro nivel: es el proyecto existencial del escritor que busca la unidad “escritor/autor” en su horizonte. El Manifiesto Comunista es el ejemplo clásico: Marx y Engels le hablan a la clase obrera, les hablan de la Revolución, le muestran un proyecto político concreto. Que la literatura (revolucionaria) se funda con la clase obrera (en una Revolución). Sartre, en el Existencialismo es un Humanismo apela, en su proyecto existencial, al hombre concreto de la post-guerra.

Conclusión: queremos hacer del ser un hacer. Un hacer que sea a su vez un revelador del ser. El Proyecto Humano se ambienta en la historia, quiere superar su presente. Quiere hacer del hacer un hacer/ser históricos. El hombre quiere ser protagonista de su acciones, ser el actor de un film en el que tiene el papel principal.

domingo, 29 de marzo de 2020

La dialéctica del Amo y el Esclavo

     La conocida y trillada dialéctica del Amo y el Esclavo de Hegel. Creo que es un pasaje que siempre tiene algo para decirnos. Que interpela algún aspecto de lo real. No es que sea de las partes más oscuras y crípticas de la Fenomenología del Espíritu pero tiene pasajes complicados. Me interesa empezar directamente por el final. ¿Quién vence en esta batalla que se libra a muerte entre Señor y Siervo (según algunas traducciones)? No es muy claro, pero me inclinaría a pensar que el Esclavo, si bien no vence, conserva cierta dignidad. Es decir, la relación de dominación no se disuelve, pero el siervo (lo podemos llamar de las dos maneras, la traducción difiere según la edición) termina con alguna ganancia, levanta la cabeza, podemos decir. Al trabajar la cosa, el material de producción (mediación entre las dos partes) el esclavo siente que su trabajo (tanto físico como intelectual) le hace recobrar (auto) conciencia. Esa reflexión que finalmente hace sobre sí mismo (vía el trabajo) le hace re-conocer su posición en la relación pero ya no de mera subordinación; esta toma de conciencia le hace recobrar la dignidad perdida al comienzo, cuando, enfrentado al Amo (quien detenta la propiedad), siente "temor", temor ante su vida: si no trabaja para el Amo, su vida (orgánica, es decir, corporal) desaparece. La relación, entonces, además de poder, es "natural" en el sentido de supervivencia. Si el esclavo no trabaja para el amo, perece. Pero esto es lo que el amo le hace re-conocer al esclavo: que su relación de poder es necesaria. Que el ser-para-sí del esclavo es un ser-para-otro, una dependencia. Lo mismo para el amo (dado que estamos ante una relación de transición entre dos términos). Pero el ser-para-otro del amo implica una dependencia distinta: el amo, si bien no puede prescindir del esclavo, no teme ante la muerte. No hay posibilidad de arriesgar su vida. Detenta el poder. Es el término de la dominación. Impone la relación y la dependencia. A lo sumo, lo que arriesga es su prestigio y su situación de privilegio. Pero todos estos componentes (dominación sobre un otro, dependencia, ausencia de temor), en tanto están en la conciencia del Amo, se imponen en la conciencia del esclavo en la forma de esclavitud. La relación, es, ante todo, metafísica (dialéctica entre tres términos Amo-Cosa-Esclavo), es decir, es una relación entre partes que se disuelven en la contradicción de un todo, pero es también una relación económica: los medios de producción y la reproducción de la vida están en disputa. Y como toda relación económica, se basa en una guerra; la muerte está al acecho. Dos autoconciencias disputan su vida. Si bien el esclavo, elaborando la cosa, y cobrando conciencia de su situación, levanta su cabeza, la relación, en definitiva  se disuelve en la desdicha. La victoria requiere otro escenario en el que ya esté involucrada la Historia.

Existencia y Revolución

Nos enfrentamos a un problema fundamental para cualquiera que pretenda llevar adelante una transformación social planificada que tenga un horizonte emancipatorio, es decir para cualquiera que pretenda hacer la revolución. El problema es el siguiente. El sistema capitalista, productor de mercancías por antonomasia,  produce personas-mercancías y también pensamientos-mercancías. Esta mercancía es construida de forma tal que reproduzca el sistema una y otra vez. ¿Cómo puede ser posible en semejante panorama gestar un pensamiento revolucionario y una praxis revolucionaria, cómo los mismos sujetos que devienen engranaje del sistema por el sistema mismo pueden llegar a ser sujetos que destruyan el sistema y lo superen, es decir, sujetos revolucionarios?
Analizar las condiciones objetivas puede ser un comienzo. Sin embargo la actualidad y la historia nos muestran que hemos sido derrotados por el sistema. Somos, sin duda, una generación proveniente del fracaso de la anterior, nuestras lecciones son las de los desaparecidos, el exilio, el neoliberalismo y la derrota. En el presente actual encontramos resistencias, pero no vanguardias. Éstas están atomizadas, dispersas entre los terrenos. El capital se ha globalizado y las luchas se han dispersado. La realidad objetiva, el análisis economicista, nos conducen inexorablemente a una verdad: el capitalismo no caerá por sí mismo. Las fuerzas de la historia no conducen al triunfo de las clases oprimidas.
La transformación que buscamos no puede ser concebida en el largo proceso de las mediaciones, estas no conducen al cambio de rumbo. No podemos partir de deducciones históricas porque estas son un camino cerrado. La Historia ha finalizado.
Pero vislumbrar el límite es vislumbrar además lo que está más allá del límite. Si la realidad es el límite, entonces debemos ir más allá de lo real. Si lo que sucede es lo que nos condena entonces rechazamos nuestra condena y elegimos aquellos que nos han negado. Cuando todo esté dicho es el sujeto el que emerge como nueva fuerza creadora. A las condiciones objetivas oponemos la voluntad del sujeto. Cuando todas las puertas se hayan cerrado será nuestra voluntad la que como una maza abra brechas en los muros para alcanzar el horizonte negado.
Pero nuestra voluntad no es un toro embravecido que se estampa contra el primer paño rojo que agitan frente sí….Es la elección que niega nuestro presente y por lo tanto a nosotros mismo como sujetos mercancías resultados de la matriz capitalista. Es una violencia que se ejerce, primero sobre nosotros mismos, segundo sobre el sistema. Seremos como el monstruo de Frankesntein que se rebela contra su creador.
En la mitología cristiana Adán y Eva son expulsados del edén por cometer pecado, por transgredir los límites impuestos por Dios. Para el sujeto revolucionario antes del advenimiento de la revolución, el pecado será deshacerse de su condición de mercancía, transgredir los límites del capital. Pero no para ser expulsados del Edén sino para arrasar con el Edén mismo. Negarse uno mismo es abrir la posibilidad de la diferencia, del acontecimiento. La única fisura que queda es nuestra libertad de no-ser.